miércoles, 8 de abril de 2009

Invasión

Ella tenía su parcela de terreno bien delimitada, con lindes y mojones que señalizaban su espacio de seguridad y el medio en el que se desenvolvía con total aplomo.

Le invitaba a pasar –temerosa-, y él –respetuoso-, no movía nada. Dejaba las señalizaciones justo donde estaban, sin apartarlas un ápice. Tomaba medidas, calculaba áreas, visualizaba construcciones imaginarias, pero nunca movía ni uno de los pedruscos. Bromeaba incluso con la idea de lanzar por un precipicio todas y cada una de las rocas que rodeaban esa superficie, convirtiendo el conocido terreno en una isla paradisíaca y desconocida por unos instantes.

Ella sonreía e incluso reía a carcajadas. Posaba su mano sobre una de las esquinas, queriendo sobretodo sujetarse pero a la vez imaginándose tirar el primer guijarro a un pozo sin fondo.

Y así pasaron semanas y semanas y semanas, mientras él se sentaba –respetuoso- en la parcela de ella –temerosa- y le regalaba ideas y visiones, barrancos por los que lanzar sus lindes y colores ni fríos ni cálidos sino todo lo contrario.

Un día, con artes sabias y de improviso, sin que ella pudiera sospechar nada de antemano, él quitó una piedra, la más pequeña, la más insignificante. No la lanzó al vacío. Simplemente la dejó fuera, rompiendo el equilibrio y el marcado límite del terreno de ella. Sin aspavientos, sin dramatismos, sin darle la menor importancia. Sencillamente la quitó, y le dijo: “Quité tu piedra”, como si no fuera evidencia suficiente la percepción misma del hecho.

Ella, en un primer instante no supo qué pensar, qué hacer, qué decir. Todas sus previsiones eran inútiles. Él había quitado una de sus inamovibles piedrecitas. Y el mundo seguía ahí.

Se levantó, tomó la minúscula roca de nuevo y la colocó en su sitio. Le sonrió y le dijo “Eso no se hace, no deberías tocar las piedras”.

Él le devolvió la sonrisa y le dijo que no volvería a tocar ninguna de nuevo.

Se sentó durante semanas y semanas y semanas –respetuoso- en la parcela junto a ella –ya no tan temerosa- y no volvió a tocar nada. Le contó cómo sería el cambiarlas de sitio, el apartarlas, el guardarlas en un saco durante unos días… pero no tocó nada. Nada de nada.

Y pese a que todo estaba en su sitio, que todas las lindes permanecían hieráticas, que la diminuta roca había vuelto a su lugar y que ella tenía su parcela bien delimitada, su espacio no volvió a ser igual. Sin que él se diera cuenta, empezó a mirar el precipicio con otros ojos.

Durante meses y meses y meses, se sentó –anhelante- junto a él –respetuoso- y deseó en secreto que él lanzara la mitad de las piedras por el barranco.

Nunca un espacio tan limitado se había vuelto tan infinito, sentados, imaginando lanzar piedras al vacío.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Casi siento. Gran relato. Recuerdos del Principito, no sé por qué.

s.

ps: ...la palabra clave que me da tu blog para poder introducir el comentario es "mande". Mejor no saco conclusiones del azar.

Akroon dijo...

S(ulfur).: Me emociona que casi sientas. Noto una mezcla de sonrojo y orgullo, aunque creo que va ganando el primero.

Dale besos de mi parte al Principito, pese a que no había caído en ello... será en subconsciente. O eso, o que soy un fraude. :P

PS: La verificación de palabra no debería estar activada. Ya lo he revisado y lo he cambiado. Sin embargo, ya que te ha salido "mande", tú manda, a ver qué se puede hacer...

Alyebard dijo...

Imperdonable, se me han escapado un montón de entradas.

El poder de un pequeño gesto y una sonrisa són más poderosos que mil gritos. Precisoso.

Akroon dijo...

ALYEBARD: No passa res home!!!!!

... Interessant: el poder no es medeix per la grandilocuència sinó per la intensitat. M'agrada.