viernes, 27 de marzo de 2009

Vértigo

Tras las reservas, las colas (largas o cortas) y la espera, ya estás dentro el avión. Siéntate en el asiento asignado con número y letrita. ¿Te ha tocado ventanilla? Da lo mismo, lo mejor no se ve por aquel pequeño cuadrado de vidrio que se queda totalmente frío al tacto. Lo mejor siempre es lo que no se ve, lo que no se toca, lo que, a veces, ni siquiera se huele.

La voz del capitán da la bienvenida de rigor al vuelo que va a Madrid, dice la hora estimada de aterrizaje y la temperatura del lugar de destino. En aproximadamente 40 minutos todo habrá acabado, o quizás todo estará empezando, pero lo que es seguro es que no habrá avión, ni ventana, ni azafatas (que cada vez eligen más bordes) ni azafatos (que cada vez eligen más feos) que te digan que por desayunar debes pagar porque ya no va incluido en el billete, mientras te proporcionan un diario con el que aburrirte y un café con el que incluso el más estreñido vería el cielo.

Pero todo eso no importa. Lo que esperas es que pongan en marcha los motores, que sientas aquella especie de pitido agudo y los primeros movimientos del aparato, encarándose para entrar en la pista de despegue.

El aparato se mueve. Compruebas tu cinturón y miras por la ventanilla. Piensas en repasar mentalmente todo lo que te espera, el trabajo que debes hacer, la gente que vas a ver... pero no, quieto. No pienses. Simplemente siente el movimiento, lento y cadencioso ahora (casi imperceptible), mientras se posiciona.

Ya está entrando en la pista y el ruido de los motores empieza a ser más alto y más agudo. Esto empieza. Notas como la fuerza ejerce una ligera presión sobre tu cuerpo. Que viene que viene, uh uh, que viene que viene, uh uh, que viene que viene!!

El avión acelera, y acelera y acelera... y por mil veces que hayas volado, siempre hay un breve instante antes de que el aparato levante el morro en que el pulso cabalga un poco, porque sabes que ahora vendrá el momento, y porque tras aquel momento, hay unos instantes que son los del "punto de no regreso", dónde, aunque quieras, ya no puedes volver atrás... sólo queda ir adelante. Es talmente como la vida.

La aceleración es mayor, casi enfila... El ruido es más agudo, el tipo de tu lado mueve el culo algo intranquilo, la azafata ya hace rato que ha acabado con aquellos movimientos tan ridículos que explican dónde están las puertas de emergencia y cómo debes usar el chaleco salvavidas (sobre todo porque yendo a Madrid se cruzan un par de océanos) y está sentada delante de todo, justo detrás de la cabina.

Ya casi... lo notas, falta poco, lo notas, lo sabes... Los motores suenan más fuertes, más estridentes, la presión que notas en tu cuerpo es superior... ya llega... Y sientes una leve tensión del morro del avión.

Es ahora...!
Es ahora...!

Y en aquel preciso instante en que el avión levanta el morro, notas aquella clase de cosquillas en el estómago que instantes después se desplazan a la columna vertebral y suben hasta arriba de la base de tu cabeza, espaciéndose por unos segundos por la nuca hasta llegar a tu frente y a las puntas de los dedos de las manos y de los pies. Aquellas cosquillas fantásticas que sólo se pueden sentir cuando un avión despega, cuando bajas una montaña rusa o cuando alguien magnético te acaricia de refilón y en secreto un dedo de la mano como si fuera sin querer.

¡Ahora! ¡Justamente ahora! ¡Quieto! ¡¡Cierra los ojos!! Captura este segundo de cosquilleo y síguelo... piensa en el dedo furtivo que acaricia otro dedo, en las rodillas que accidentalmente se rozan suavemente por debajo la mesa, en las manos que masajean las raíces del cabello, en un beso intenso robado en un callejón antiguo y rancio, en aquella sensación temblorosa de lo que casi es y que se suspende en el espacio y el tiempo porque el verdadero placer está justamente unos segundos antes de que estalle, en la mirada fija que te traspasa, en el silencio cómplice de lo que se sabe y no se dice, en los pelos del brazo erizados por las sensaciones intensas. Toma este momento y estíralo tanto como puedas, porque éstas son las pequeñas cosas que te hacen sentir realmente vivo.

Prescinde de todo por un momento. Desnúdate de lo que estamos obligados a llevar cada día. No pienses. Sólo siente. En el fondo, el avión eres tú, y lo que te cosquillea, es todo aquello que hace que respirar sea más que simplemente seguir vivo.

Y ahora sí, ahora ya puedes mirar por la ventanilla, leer el putrefacto diario, beberte la mierda de café y pensar en todo el que debes hacer cuando aterrices...

Y tal vez, sólo tal vez, la próxima vez que el avión despegue, notes mi dedo índice rozando tu meñique.