miércoles, 6 de mayo de 2009

Pulso

Las cortinas se abrieron, y lejos de entrar la luz, se hizo la penumbra dejando a sus espaldas el cálido sol que la abrazaba unos instantes antes.

No quería pensar en lo que se esperaba de ella. No quería pensar en cómo saldría del atolladero. Simplemente, no quería pensar. No podía pensar. Estaba nerviosa y tranquila. La situación volvía a írsele de las manos, pero al menos esta vez sabía dónde tenía los dedos.

Se abrió la puerta. Y más que un ambiente bullicioso, se adivinó un lugar listo para albergar lo que dos días después podría perdonarse con un previo avemaríapurísimasinpecadoconcebida.

Sabía que todas y cada una de sus palabras la habían llevado dónde estaba, que cada una de sus miradas, de sus lisonjas, de sus ironías y de sus confidencias, la habían conducido a un lugar que podría llegar a ser tan sórdido como mágico. Y deducía que no quería estar allí, o en realidad sí quería pero no se atrevía a decírselo a sí misma.

Sin cazador de por medio, se sintió como la presa acorralada entre las redes, como la conclusión sin elección tras la eliminación de las alternativas y como el bonito envoltorio que alberga un fraude.

Pero ella era más que eso. Tenía que ser más que eso.

Tras un tira y afloja logró poner clara su mente, pese a que un turbio mar revuelto agitaba y mezclaba las palabras en el camino de su cabeza a sus labios, formando frases inconexas imposibles de comprender para cualquier otro que no fuera ella misma. Y volvió muy atrás en el tiempo, a cuando las palabras se le atascaban a mitad de garganta.

Se recostó tímidamente en el hombro de él como quien busca absolución de un pecado que sólo lo es a ojos de uno mismo y no del otro, mientras comprobaba atónita que el de ella no era el único pulso que retumbaba fuerte y apresurado en esa pequeña estancia.

Dejó reposar su cabeza en el regazo de él. La acarició con dulzura, con pasión reprimida y hasta con cierta timidez. Y le contó cuentos. Le contó nimiedades. Le contó naderías. Le contó historias. Le contó. Incesantemente le contó, llenando el vacío que dejaba el hueco de sus palabras atascadas a mitad de garganta.

Quizá hoy no, quizá otro día.

Simplemente, espérame.